domingo, 6 de julio de 2008

DE PROCESO SEMANAL: LA CHUCKY Y EL MAGISTERIO CAPITALINO

ARTICULO DE GRANADOS CHAPA:

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Elba Esther y la educación capitalina
Miguel Ángel Granados Chapa

Desde hace 15 años, cuando se firmó el acuerdo nacional para modernizar la educación, y al emitirse la Ley General de Educación, Elba Esther Gordillo ha tenido como una de sus preocupaciones estratégicas el sistema de educación básica en el Distrito Federal. Por eso consiguió una insólita atribución al sindicato que encabeza, para que de él dependa la transferencia de los servicios educativos al gobierno capitalino.

En efecto, cuando se determinó la descentralización educativa a fin de que cada estado organizara su propio sistema, el Distrito Federal fue considerado aparte. El artículo cuarto transitorio de la Ley General de Educación estableció que la asunción de la responsabilidad correspondiente por la autoridad capitalina no se realizaría simultáneamente con el resto del país, sino que “se llevará a cabo en los términos y fecha que se acuerde con la organización sindical”. Ese momento no ha llegado y la Secretaría de Educación Pública mantiene directamente esa responsabilidad, que ha gestionado a partir de una subsecretaría especializada, convertida después en la Administración de Servicios Educativos. Gordillo ha procurado tener a cargo de esas dependencias a personas confiables, muy cercanas a ella, como Benjamín González Roaro (a quien después hizo director del ISSSTE y luego comisionó al PAN, a cuya bancada pertenece actualmente) y Luis Ignacio Sánchez Gómez, que hoy ocupa esa posición.

Por varias razones el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación ha sido renuente a que la SEP transfiera la educación al gobierno de la ciudad. Una de ellas es que, un lustro después de establecida la descentralización, y cuando por primera vez fue elegida una administración autónoma en la Ciudad de México, el triunfo electoral correspondió al PRD, en perjuicio del PRI, el partido en que Gordillo militaba entonces, y era preciso conocer los términos en que a partir de ese momento fundacional se entablarían relaciones con el nuevo gobierno. Por otro lado, las secciones del sindicato en el Distrito Federal, la 9, la 10 y la 11, vivían en permanente tensión interna por la fuerza que en ellas había cobrado la oposición al cacicazgo sindical priista, encarnado en Carlos Jonguitud Barrios y después en la propia Gordillo. La presencia disidente ha sido especialmente importante en la sección 9, que agrupa a los maestros de enseñanza básica.

Esa presencia no ha sido determinante por la división entre los sectores oposicionistas, que es causa del reflujo de la militancia. Lejos habían quedado los años en que el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM) constituyó la principal corriente contraria al oficialismo y consiguió movilizar en pos de reivindicaciones salariales y políticas a la mayor parte de la sección, bajo el liderazgo de Othón Salazar. La brutalidad de la represión contra el MRM, que incluyó expulsiones del sistema y encarcelamiento de los dirigentes, dejó postrada a la oposición durante largo tiempo, hasta que el surgimiento de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación fue en el DF causa y efecto para que el movimiento disidente se revitalizara.

Demoraría casi una década, sin embargo, en acumular fuerzas y conseguir que una planilla suya fuera elegida y se convirtiera en comité seccional. Al frente estaba Blanca Luna Becerril, escogida como candidata a secretaria general, más que por sus dotes de liderazgo, por su aptitud de no generar antagonismos entre las corrientes que la apoyaron. No fue suficiente con que la mayoría de los maestros del DF la eligieran, sino que tuvo que luchar arduamente por ser reconocida por el comité nacional. En ese trayecto, la profesora Luna Becerril y otros integrantes del comité seccional fueron procesados y llevados a prisión, en castigo a su persistencia en hablar con Gordillo, a quien buscaron en el Senado (donde ella ocupaba entonces, 1999, una curul), a cuyo recinto ingresaron por la fuerza, para hacerse oír.

A partir de entonces las partes eligieron la coexistencia pacífica, que finalmente se transformó en alianza y hasta en dependencia. De manera irregular, Luna Becerril encabezó el comité seccional durante 10 años, primero porque el nacional se negó a convocar al congreso que eligiera quién la reemplazara, y luego por una reforma estatutaria que llevó de tres a cuatro años el período de gobierno de los dirigentes. Al mismo tiempo, la lideresa fue cooptada y aceptó en 2004 ocupar, al mismo tiempo que su cargo en el seccional, un puesto en el comité nacional (justo cuando se instauró la presidencia sindical y fue ocupada por Gordillo). El sospechoso entendimiento entre las dos dirigentes se hizo abierto e inequívoco cuando Luna Becerril apareció en la lista de candidatos a diputados del partido Nueva Alianza, diseñado por Gordillo y parte de su patrimonio político y sindical. Desde 2006, al mismo tiempo que despacha en San Lázaro, ha dedicado su energía a preparar las condiciones para su propia sustitución.

Fue emitida hace algunas semanas una convocatoria a elecciones que permitiera al comité nacional manejar la sucesión de Luna Becerril y dejar en su lugar a una gordillista declarada, abierta, no una recién llegada a él por vías torcidas. Se fijaron el 1 y el 2 de julio como fechas para celebrar el congreso electoral (días muy próximos al comienzo del período vacacional) y se organizó la elección de delegados, ocurrida apenas en la víspera, el 30 de junio, con apoyo de la SEP misma y consumada mediante el colosal aparato logístico y político del comité nacional.

Señalada a última hora la sede del congreso, se simuló que una mayoría de delegados eligió secretaria general a María Teresa Pérez Ramírez, que trabajaba en la oficina de Luna Becerril pero no por ello era dirigente. La oposición, que pese a todo pudo participar en la elección de delegados y, según alega, contar con la mayoría, realizó su propia elección en la calle, a las puertas del hotel donde se reunía el congreso que la disidencia considera espurio, y designó secretario general a Francisco Bravo. Partidarios suyos tomaron el edificio sindical el propio 2 de julio.

En materia sindical y política no es necesariamente verdad, como reza un refrán jurídico, que sea feliz el que posee. No basta a la disidencia encabezada por Bravo tener el control de la sede sindical para afianzarse en la dirección de la sección 9. Al contrario, quienes la ocupan han sido ya denunciados por despojo y por interferir las tareas de otras porciones del sindicato formalmente ajenas al conflicto. La sección 36, de la que fue secretaria general Elba Ester Gordillo hace 30 años, tiene allí sus oficinas y puede por ello reivindicar derechos que condujeran al desalojo de los disidentes, por la fuerza solapada por la autoridad o a través de la ley, y a la entrega del edificio al comité de filiación gordillista.

Este extremo dependerá del estado que guarde la relación entre Gordillo y Marcelo Ebrard, que fue óptima en otra época. La propia presidenta del SNTE repite que sus verdaderos amores son Jorge G. Castañeda, Esteban Moctezuma y el actual jefe del gobierno capitalino. A su vez, el actual administrador de los servicios educativos del DF en el DF, el gordillista Sánchez Gómez, se ufana de su amistad estrecha con Ebrard. Veremos si esa amistad antigua se ha revitalizado y genera una sorprendente solución al problema de la educación básica en la Ciudad de México. Eso sí: cualquier solución a ese problema estará regida por Gordillo. Así lo planeó hace 15 años

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